A raíz de escuchar el episodio de Bala Extra llamado Más mala gente que camina… En el que Pedro cuenta el rechazo del club de fútbol del que guille ha formado parte toda su vida, primero como jugador y luego como entrenador. Club el cual cortó la relación que les unía con él de unas formas un tanto feas. No pude evitar enviarle un mensaje privado de audio dándole mi punto de vista como jugador para contarle la huella que habían dejado en mí los distintos entrenadores después de muchos años practicando Goalball, que aunque no tiene que ver con el fútbol, creo que se puede aplicar esta visión como en cualquier otro deporte de equipo. Espero que le ayudase, al menos, a pasar ese mal rato.
He querido traerlo aquí porque pese a ser una constante durante muchos años de mi vida nunca había hablado de ello en el blog, precisamente por no ser algo novedoso. Empecé a practicarlo con siete años y hice un pequeño parón de un par de temporadas entre medias. Hasta que lo dejé por completo en 2019, cuando tenía 28. Casi 19 años compartiendo experiencias con distintos equipos, entrenadores, generaciones de jugadores más mayores y jóvenes que yo y distintas directivas de la federación.
Durante muchos años al perder un partido simplemente nos íbamos con mala sensación y sin ningún tipo de reflexión. Hasta que llegó alguien que nos enseñó a analizar los porqués de aquella derrota, a ver los errores técnicos, o si era por falta de confianza en momentos puntuales. A partir de entonces el siguiente partido pasó a ser la oportunidad para poner aquella dificultad frente al equipo, y en vez de plantearlo como no quiero que el contrario detecte este punto débil, se convirtió en voy a prestarle atención para mejorarlo y si me sigue pasando en el partido, intentar corregirlo en el momento o trabajarlo en los entrenos que para eso están.
Hice el parón de dos años cuando pasé del equipo escolar al jugar con los mayores. Para mí fue un cambio demasiado grande de gente que a penas conocía. Llegué a hacer la inscripción con mí nuevo equipo pero fui dos o tres veces a entrenar aquella temporada. Me sorprendí mucho cuando me llamó el entrenador para decirme que estaba convocado para la primera jornada de liga.
No me pareció justo pasar por delante de otros jugadores que habían estado trabajando todo aquel tiempo mientras yo no cumplía. Con el tiempo me enteré que también fue porque iban justos de recambios. Cuando me reenganché a los dos años intenté devolver aquella oportunidad que no cogí exigiéndome un punto mayor de esfuerzo, haciendo grupo para que los nuevos jugadores que llegaban no se sintiesen como yo cuando hice aquella transición tan grande. Seguro que a esto también podríamos llamarlo madurar…
Agradezco muchísimo a aquellos entrenadores que creyeron en mí cuando formaba parte de un nuevo grupo. Aunque fuesen unos minutos me daban aquella confianza, fuese un buen resultado el que había en el marcador o fuésemos perdiendo. Por alimentar esa pertenencia, por no hacerme viajar para animar al resto y estar todo un fin de semana calentando banquillo. (Las jornadas de liga suelen hacerse en 2 o 3 fines de semana. En cada uno se juegan de 4 a 6 partidos) Gracias a esa oportunidad en mis últimos años me convertí en el jugador más efectivo en relación al número de lanzamientos y goles marcados de una temporada. Creo que estaba en el 22% de efectividad, es decir cada 5 lanzamientos, aproximadamente 1 iba dentro.
A aquellos que supieron ver que estaba jugando en mi nivel, pero detectaron que me estaba estancando, y para que siguiese progresando tenía que cambiar de división para jugar con un punto de exigencia superior al que estaba acostumbrado. Fue una decisión que en su momento no aprecié por el cariño que tenía al anterior equipo, pero con el tiempo me di cuenta que pese a que dejé de competir con aquellos compañeros, fue una decisión vital en mi progresión personal. Ha sido una de las pocas veces que pese a tomar la decisión correcta, no acabé de sentirme bien con ella.
En algunas competiciones me pusieron con jugadores que tenían menos experiencia. Hay personas que lo toman como un castigo. A mí me encantaba porque a parte de que tenía que cubrir una zona mayor me obligaba a esforzarme más. Y si tenía un rato durante el partido o en los descansos aprovechaba para enseñarles técnicas tanto defensivas, en ataque y darles la confianza para que experimentasen y tuviesen esas sensaciones que sino te dan la oportunidad, no puedes experimentar. Intentaba darles la misma motivación que a mí se me dio en su momento.
Guardo con especial cariño a entrenadores de otros equipos que entre partidos me daban pequeños consejos para acabar de pulir técnicas. ¡Eso sí, lo hacían después de que acabase el partido contra ellos!
También están los entrenadores que incentivan todo lo contrario a lo que he contado, pero al final ese tipo de actitudes no fomentan el espíritu de equipo. Siempre he preferido sumar entre los míos que competir entre compañeros de un mismo equipo o por unos minutos de juego.
Finalmente lo que le dije a Guille es que todo ese aprendizaje y experiencias entrenando a un equipo de chavales, como ahora son jóvenes quizá no le dirán lo que piensan , pero en unos años si tienen la oportunidad lo harán. Y sino se lo dicen, esa enseñanza que ha dejado en ellos la aplicarán en su vida sea jugando al fútbol, trabajando en equipo, en sus valores personales o en cualquier ámbito de su día a día.
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